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Elogio del oso pardo que mató al rey Don Favila
Alfonso Camín


Precursor de Lenine y de Trotsky: ¡mesa, pan y salud, compañero!
Tú no fuiste un compadre de circo que bailaste al compás del pandero.

El hermano Tolstoi hizo bien en alzar en tu nombre su copa.
En el siglo presente serás redentor de las turbas de Europa.

Yo bendigo tu zarpa rebelde, tu vigor, tu indignada pupila.
Me parece muy bien esa zarpa que dio muerte al señor Don Favila

Ni quisiste ser siervo de reyes, ni tampoco ser blanco de caza.
¡Oso pardo del pardo Pajares, sólo tú defendiste la raza

que aún, tejiendo melindres y muecas, por el mundo errabunda camina:
jerigonzas de circo en el parche como un vasco de tosca boina!

Viejos osos de testas ingenuas, con la felpa y la pata en el cieno.
Tu cabeza libérrima es otra: la saludan la cumbre y el trueno.

Oso bárbaro y noble, no sabes el valer y el valor de tu uña.
Desde su soledad en tormenta te bendice Rosario Acuña,

que, a la vera del mar cuando el rayo galopaba en las noches lluviosas,
cual si fueras un dios primitivo, te esperaba con tirsos de rosas.

Tu dijiste al monarca: “No es ocio ni el matarnos a nos tu destino;
ni es idea la posta que espera que un hermano atraviese el camino.

Tu deber es gobierno en el pueblo, limpia el alma de sombra y de herrumbre;
no es andar con cuchillos de caza tras de mi por la roca y la cumbre,

mientras claman las gentes abajo, porque están sin semillas las eras,
y amenaza las torres más altas, el cortejo de extrañas banderas;

¡que hay que ser aguilucho en las cumbres y acabar a la postre en milano
para hallar aire libre en el reino y lanzarse a la busca del grano!

Eres débil y abusas del fuerte, que aparente tus tratos perdona.
¡Guay de ti si en las cumbres que huellas el corchete guardián te abandona!

Eres rey; de los hombres abusas, y juzgándote rey poderoso,
no eres más que un pelele, que danzas como el can, y la cabra, y el oso.

Me has herido en el pecho. Tú estabas, como Judas, armado y sombrío,
esperando que fuera mi pena a mirar la corriente del río.

¡Mi viudez, que la saben las fuentes y los robles del monte lozano,
que han llorado por mí como lloran al perder para siempre un hermano!

¡Me mataste el amor! ¡Los oseznos! Y aún vas hoy con nutrido cortejo,
con el alma asesina y cobarde, contemplando la sangre que dejo…

¡Por la cruz que me abriste en el pecho, yo les juro al peñón y al torrente:
“Mi colmillo y mi zarpa vigilan. Le pondrán otra cruz en la frente”!

El monarca de hierro y de abarca, sin mirar como ronda la Parca
ni escuchar las palabras del oso, va poniendo en la roca la abarca,

la coricia de cerdas de toro, que al crujir en los árboles secos,
y al brillar como herrada su casco, van huyendo al azar los rebecos.

Mas no es todo rebeco que parte, como todo no es pueblo en tiniebla…
Se agitó la cabeza del oso como un gran aerolito en la niebla.

Dejó el rey descender el cuchillo, se nubló de pavor la pupila,
y en el cuello, en el pecho, en la frente, sintió abrirse otra cruz don Favila.

Los corchetes guardianes huían, o en el árbol buscaban trinchera.
Un crepúsculo rojo manchaba con su sangre la torva ladera.

Cuatro noches enteras el oso, la venganza terrible en los ojos,
hasta hacerse de plata a la luna, pernoctó sobre aquellos despojos.

-¡Buen bocado ese cuello de seda!- ululaba de lejos las lobas.
-¿Qué tal sabe el pernil de los reyes?- preguntaron los cuervos y chovas.

-Yo no como tan ruin alimento- dijo, altivo, el buen oso cristiano.
Y aventó con la zarpa el muñeco, que sirvió de festín en el llano.

Oso pardo del pardo Pajares. Porque en plena montaña asturiana,
cual la lezna de oro de un rayo, brotó en ti esa conciencia lejana,

yo diré, cuando algún ciudadano saber quiera mi nombre y mi pila:
¡Soy hermano mellizo del oso que en el monte mató al rey Favila!